Me encantan los viernes, es algo que ya he comentado en
alguna que otra entrada. Sus tardes tienen algo de especial y si son tardes de
otoño o de primavera, mucho más.
Si el final de una tarde de viernes, viene acompañado de una
sesión de cine, o de una charla de café con amigos, un paseo por la orilla del
mar o un concierto de alguien que te gusta mucho, la tarde deja de ser
simplemente especial, para convertirse en inolvidable.
Hace hoy una semana, me senté en mi butaca de la segunda
fila del Teatro Caixanova de Vigo a eso de las ocho y veinte de la tarde.
Faltaban apenas unos minutos para que a 10 metros de mí, estuviese Carlos Goñi,
para que a solo 1.000 centímetros tocase su guitarra y sonase su voz.
No soy un mitómano, la verdad. Puedo cruzarme por la calle
con un famoso y, mientras todo el mundo se gira y comenta, yo lo veo y sigo a
lo mío. Pocas personas pueden fascinarme hasta el punto de provocar cambios en
mi comportamiento. El viernes pasado estaba tranquilo, como siempre, como
siempre desde hace mucho tiempo en cualquier evento al que acuda.
En el escenario apenas había una caja de estilo árabes y un
par de sillas, dos o tres guitarras y unos micrófonos. Un atril bajo que
sostenía el peso de un libreto de canciones de Revólver, de tantas canciones
que uno no sabe con cuál quedarse.
Goñi fue puntual, apenas pasaban unos minutos de las 20.30 y
allí estaba él, saludando, recordando que “hace tiempo que no nos vemos las
caras”. Había salido entre el humo que soltaron durante unos minutos para crear
una atmósfera especial. No era necesario, esa atmósfera la creó Carlos en
cuanto sonaron los primeros acordes de su guitarra.
Había leído y me habían contado que no es cercano, que
incluso llega a ser borde, no lo sé, pero sí que es distante, educado y amable,
pero en la distancia. Es muy profesional, muy perfeccionista y se nota que le
gusta lo que hace, se nota que la música es su vida.
Me gustó el estilo del concierto, acústico, sin nada más que
sus guitarras y el acordeón de Cuco Pérez en algunas canciones. Me gustó que no
hubiese nada programado, sino que las canciones fuesen surgiendo, algo que él
dejó claro cuando comenzó el espectáculo, que las canciones irían surgiendo.
Como ya he dicho, estaba tranquilo, pero en la segunda
canción… se me puso un nudo en el estómago. “Esta noche tengo más de lo normal”…
reconozco que me emocioné. Los ojos se me humedecieron, ya que esa canción me
traslada muchos años en el tiempo y me recuerda a una persona que ya no está,
que hace muchos años que no está. No fue la única canción que me tocó la fibra...
Entre canción y canción, mientras pasaba las páginas del
libreto que tenía delante, nos hablaba, nos contaba cosas, incluso bromeaba.
Nos habló de que su padre dejó a su familia cuando él era
pequeño, para buscar una oportunidad mejor en Venezuela, pero su fracaso
provocó que no regresase y que no volviesen a verle.
Nos habló de su hijo, de 22 años, que ha tenido que emigrar,
para poder buscar un trabajo en la vida. Nos habló de la emigración, de la que
tanto sabemos los gallegos y de la inmigración. De lo hipócritas que somos y de
la poca memora que tenemos. De cómo nos trataron a nosotros y de cómo tratamos
nosotros a los demás.
Nos habló de su madre, de su abuela, de su mundo… Nos
explicó el significado de algunas de sus canciones y así, una tras otra, viejas
y nuevas, se fueron sucediendo durante la noche.
Faro de Lisboa, San Pedro, Eldorado, El peligro, Fuera de
lugar, Esperando mi tren…. Me faltó “El roce de tu piel”, “Calle mayor” o “Los surcos de tu espalda”,
pero en general todos vibramos con el recital, acompañando con nuestras voces,
cada una de esas canciones.
Durante 2 horas y media no pensé en los problemas, en el
trabajo o en las cosas que estaban fuera del teatro, durante más de 2 horas,
sólo disfruté y sentí, consiguiendo salir renovado, una vez finalizó todo.
Se notaba que el público era fiel, que estaba entregado y
Carlos supo reconocerlo, dando lo mejor de sí mismo, de principio a fin.
Lo único que lamentar es la mala educación de los de
siempre, que no paran de hacer fotos, molestando con sus flashes a los artistas
y también a los que estamos disfrutando del espectáculo. Da igual que se les
llame la atención, su falta de respeto es tan absoluta que les da igual si
molestan o no. La tecnología nos ha traído muchísimas cosas buenas, pero
también la demostración de que hay gente que no sabe comportarse en sociedad.
Antes de cada canción, nos explicaba su sentido, o nos contaba una anecdota y daba paso a las primeras notas con un "y esta canción, hace así...". El vídeo que os dejo, por su forma de hablar, por su forma de explicar, es fiel reflejo de cómo es Carlos Goñi, de cómo fue la tarde del viernes pasado, de como se ha hecho un hueco para siempre, dentro de la cajita de mis recuerdos.. Simplemente darle las gracias.